Mira a Cristo

“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (hebreos 12:2).      

“No hay un antídoto para el dolor, ni palabras que te alivien”, me dijo alguien que pasaba por la prueba más grande de la vida, que es la realidad de tu propia muerte.

Poner los ojos en Cristo

Sin embargo, si hay  un contraveneno al sufrimiento y es poner los ojos en Cristo.  ¿Qué significa eso? Que a pesar de las dificultades confiemos que él está con nosotros en el valle del dolor.  Mirar a Dios, es ser consciente que no hay otro lugar más seguro que confiar en su providencia. Poner los ojos en Jesús, es no mirar ni a derecha ni a izquierda pues solo su mirada te conforta.  Él es el autor de la salvación; y aunque suframos ya nos ha concedido nuestro mayor bien; la vida eterna.  La realidad es que en nuestro cuerpo de carne sufrimos por nuestro  propio dolor o al ver sufrir a los que amamos.      

No obstante, hacemos lo contrario, siempre ponemos los ojos en nosotros mismos y en seguida vemos nuestras incapacidades humanas; esa a la que le llamamos errores y empezamos a flagelarnos, a tomar decisiones por temor, a maltratar a nuestros seres queridos y  a culpar a Dios.  Si pusiéramos los ojos en Cristo, sabríamos que en este mundo el 100 por ciento de las veces tendremos aflicción,  lo único seguro en este mundo; por encima de mi propia opinión y del resultado que espero, es que cuando miro a Jesús me doy cuenta que el venció el mundo.

 Al mirar a Jesús y dar una ojeada sincera a sus padecimientos y sus triunfos, miramos que él tenía como gozo, el sufrimiento que traería la paz del mundo, era lo que cantaban los ángeles allí en Belén: “En la tierra paz y buena voluntad para los hombres”; su gozo era saber que traería la paz verdadera con su propio dolor. Al fijar toda mi atención en Cristo, cuido que mi engañoso corazón se confunda y que recuerde que ese Jesús es el “primero y el último”, es decir, cuando todo pase o yo muera el seguirá siendo Señor y Rey. 

Por eso, debemos fijar nuestros ojos en Cristo recordando lo que escribió el sabio Salomón: “En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él. (Eclesiastés 7:14)”. 

En respuesta a que somos del mundo,  trabajamos, nos sometemos a la autoridad, honramos a nuestros padres, cuidamos de nuestras hijos (que son nuestra herencia), cuidamos de nuestros matrimonios (del conjugue que Dios nos confió), también nos congregamos pero siempre mirando o poniendo nuestros ojos en Cristo; para tener fortaleza en el alma y mostrar con nuestra vidas nuestro grado de conocimiento del altísimo.

Mantén tu mirada en el hijo de Dios

Entonces, que nuestro corazón y nuestra mente estén perpetuamente en Cristo,  viviendo la palabra que él nos ha dejado a través de las escrituras.   Mantén tu mirada en el hijo de Dios,  renuncia aquellas  cosas que no provienen de Dios, recuerda  que con nuestros ojos puestos en Jesús será más fácil ver de dónde viene nuestro auxilio oportuno. 

Cuando te toque llorar, y no puedas mas, no entiendes y crees que no hay solución, o cuando te toque consolar y crees que no habrá palabras para levantar a esa persona que sufre; considera aquel que sufrió por los pecadores, aquel que lloro ante la muerte de un amigo, aquel que tocaba a los enfermos y míralo sentado a la diestra de su padre, intercediendo por tu situación; entonces él será quien reconforte.